Por: Frank Pacheco
La ciudad suda un recuerdo
de plomo en aquella esquina
los hombres sin oficina
bailaron en el infierno.
Sesenta años más tarde
aguardan esas esquinas
a hombres sin oficinas
y a traidores y cobardes.
De golpe, el miedo se desprendió como una cáscara y la proclama fue una saeta que atravesó al invasor en el pecho: ¡Un presidente! ¡Una Constitución!
Atónitos, se preguntaban los desembarcados: ¿de dónde saca este pueblo tanta sangre para irla a verter despreocupado en el pavimento, en las aceras, en los techos, en las camisas alcanzadas por francotiradores?
Había sangre al amanecer. Atardecía sangre. Había sangre detrás del sol. Caribe y sangre.
Sesenta abriles han pasado. Sesenta primaveras del Caribe.
Lo que no entendían ni entenderán es el matrimonio de un pueblo con una idea que ni la muerte arranca: ¡Un presidente! ¡Una Constitución!
Esa es la aureola que flota sobre estos pueblos. Así es la determinación de la América ensangrentada, inherente a una idea de liberación que la justifica.