Rubby Pérez: ícono del merengue, la sencillez y la fe

Por: Scarlet Rojas

by | Abr 15, 2025

by | Abr 15, 2025

En República Dominicana existe la creencia de que “todo aquel que fallece era buena persona”. Es común escuchar en los funerales a familiares gritar lo buenos que eran sus difuntos, incluso cuando, en ocasiones, la causa de su muerte haya estado relacionada con sus propias decisiones o imprudencias. Sin embargo, es el colectivo quien realmente determina, con el tiempo, quién fue de provecho y quién no.


Aunque nadie es perfecto ni impoluto, y dependiendo siempre de la definición de bondad que se utilice, los dominicanos solemos, a veces con ligereza, afirmar: “fulano era bueno” o “fulano era malo”. Incluso cuando existan opiniones encontradas, hay casos en los que no importa tanto lo que diga un grupo, sino el vacío que una persona deja en su familia, su país, su círculo de amigos y en la comunidad de fe a la que pertenecía.


Así, destacar lo “bueno” o lo “malo” de una persona pasa a un segundo plano, y lo que realmente importa es la interrogante que deja en la vida de muchos. Ese es el caso de Rubby Pérez. Pienso que, al igual que todos, con imperfecciones y luchas, fue excepcional. ¡Y vaya que ha dejado un vacío en este pueblo, cuna del merengue! Estuvo rodeado de personas creyentes: familiares, amigos cercanos y colegas. Y como bien reza el dicho: “Dime con quién andas y te diré quién eres”, con él no fue la excepción. Pudo reconocer que había un Dios que lo sostenía.


No siempre tuvo la voz ni el estatus más altos; vino desde abajo. En sus primeros años, vivió muchas precariedades. En sus propias palabras: “una familia por debajo de 0… una familia pobre. Yo sé lo que es pasar hambre”. En alguna ocasión contó que su abuelita le decía: “ve al conuco y córtate un guineo”. Luego tomaban un aguacate, y ella preparaba lo que se podría considerar un mangú de guineo con guacamole.


Por todas esas vicisitudes, decía el merenguero que “no puede ver gente con hambre”. Sentía una gran preocupación y un fuerte compromiso por satisfacer esa necesidad cuando alguien no había comido.


Durante su adolescencia soñó con ser pelotero. No obstante, una lesión en su pierna fracturó también ese sueño. Pero todo obra para bien, y más adelante descubrió que tenía un gran talento para cantar, y así fue como llegó a considerarse la voz más alta del merengue.
Las carencias que vivió y los sueños que alcanzó fortalecieron su relación con Dios. Entonces comprendió que, en cada etapa de su vida —por difícil que fuera— aquel que provee siempre lo acompañaba.


En algún momento unió sus dos pasiones: el merengue y la fe. Produjo una colección de alabanzas cristianas. Una de ellas, que iba dirigida a Dios, decía:“Yo te canto, mi Padre bueno. A ti yo te canto, mi Padre bueno.Me diste la voz, también mi talento. Por eso, Jesús, a ti yo te quiero.”


El pueblo dominicano lo admiraba. Y con su partida, entendemos cuán cierto era lo que cantaba:“Que el querer está amarrado al sufrir, y el sufrir envuelto en la soledad.”


Las opiniones pueden variar pero sus declaraciones, forma de vivir, bondad y fe son suficientes para ser considerado bueno. Con todo, sea cual sea el caso, hoy el merengue y los dominicanos lloran su partida y el vacío que ha dejado.

El tema “volveré” era su canción lema, y cada vez que lo escuchemos, sentiremos nuevamente la compañía de su legado.

Por fe, pensemos que Rubby Pérez descansa en Jesús… y en su música

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