Vivimos en una época donde el término influencer se ha convertido en sinónimo de éxito. Medimos la relevancia por la cantidad de seguidores, el número de “me gusta” y el nivel de interacción que alguien genera en redes sociales. En ese contexto, la influencia parece una meta: algo que se persigue, se calcula y se exhibe.
Hace unos días vi una película llamada Influencia Divina que me dejó pensando profundamente. Narra la historia de una joven que, creyéndose una influencer por sus publicaciones y estilo de vida, enfrenta una serie de pérdidas que la obligan a comenzar desde cero. Por un error menor, es despedida de su trabajo. Ese mismo día pierde su casa, y sus padres, en un intento por enseñarle una lección, le cierran todo apoyo económico. De pronto, su mundo digital ya no le sirve para resolver lo más básico: dónde dormir, cómo comer, en quién confiar.
En esa caída conoce a un joven que trabaja en un refugio para personas sin hogar. Ahí encuentra un lugar, y más aún, un propósito. Pero también encuentra algo que había perdido o, tal vez, nunca había tenido: una relación con Dios.
Al principio, ella no oraba ni hablaba con Dios. Su vida giraba en torno a la imagen, no a la fe. Pero en ese refugio, rodeada de personas que, a pesar de sus dificultades, vivían con esperanza y gratitud, algo empezó a cambiar.
Vio cómo la fe les daba fuerza y cómo la oración era parte de su rutina, no como un ritual vacío, sino como una conversación viva y sincera con un Dios cercano. Poco a poco, ella también comenzó a abrir su corazón, a buscar, a orar. Y en ese encuentro, encontró paz.
Influencia Divina no solo plantea un giro en la idea de lo que es ser influyente, también nos recuerda que sin una base espiritual, todo éxito es frágil. Que sin amor y sin fe, cualquier aplauso es efímero. Que la verdadera influencia no está en el número de seguidores, sino en cuánto bien podemos sembrar desde los dones que Dios nos dio.
Quizá hoy más que nunca necesitamos redefinir lo que significa influir. No se trata de mover masas, sino de transformar corazones. Y eso solo se logra desde la autenticidad, desde la fe, desde el compromiso con el otro y con el propósito de Dios en nuestra vida.
Esa es, en definitiva, la influencia que realmente cuenta: la que nace del corazón, se sostiene en la fe y deja huella en la vida de los demás.
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16