Por: John Vladimir Bencosme
Llueve.
Y no es solo el agua lo que cae:
es el tiempo oxidado,
las promesas que no llegaron,
la infancia que se mojó los pies y nunca volvió.
Llueve
como quien llora sin que lo vean,
como un hombre cansado que no pide ayuda
pero tiembla.
Cada gota es una palabra no dicha,
un grito que se resignó al silencio,
una madre que vela
y un hijo que no regresa.
Los techos de zinc no saben de metáforas,
solo retumban como tambores viejos
anunciando que la esperanza también se oxida.
Llueve
y los charcos son espejos
donde se mira el barrio con vergüenza.
Llueve
y debajo de la lluvia,
los hombres siguen andando, como si la vida no pesara más mojada.
Fuente: Ojalá