Todo comenzó con la historia de Chayanne, un niño de San Juan de la Maguana que apareció en mis redes hace unos días. Su mirada perdida, sus palabras sueltas, su inocencia corrompida por el vicio… no pude evitar sentir un nudo en la garganta. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo permitimos que un niño, que debería estar jugando, estudiando o simplemente soñando, esté atrapado en una esquina, con los ojos rojos y el alma rota?
La realidad es tan cruda como cercana. En República Dominicana, los puntos de venta de drogas han aumentado de manera alarmante, sobre todo en barrios marginados, en los que el hambre, la desesperanza y la falta de oportunidades hacen del narcotráfico no solo una opción, sino muchas veces la única vía para sobrevivir. No lo digo desde el prejuicio, sino desde la observación de un país donde los “niños de la calle” no son un concepto lejano, sino una postal urbana diaria.
Según el libro Nosotros, los adolescentes y las drogas, de Jaime Funes, la exposición temprana a las sustancias se alimenta de la ausencia de figuras de apoyo, del fácil acceso, y del entorno cargado de violencia y consumo. Un entorno donde los sueños no valen, donde lo que se impone es el “resuelve”. Y si a esto le sumamos el bombardeo constante de redes sociales que venden estilos de vida imposibles, donde tener “lo último” es símbolo de poder y pertenencia, entonces entenderemos por qué un niño de 11 años puede acabar vendiendo o consumiendo droga para “tener lo suyo”.
En Colocados, los doctores Wilkie Wilson, Cinthia Kuhn y Scott Swartzwelder hablan de cómo la sociedad ha fallado en ofrecer alternativas. La droga, más allá de ser un escape, se convierte en una forma de pertenecer, de sentirse parte de algo, aunque ese algo lo consuma. Aquí en el país, la droga está al alcance de todos, incluso de los más pequeños. ¿Quién regula esto? ¿Dónde están las autoridades? ¿Dónde están las redes de protección? ¿Dónde está la conciencia colectiva?
La situación es insostenible. ¿Qué programas reales existen para sacar a los niños de las calles? Más allá de discursos bonitos, necesitamos acciones. Urge una política nacional de rescate infantil, que incluya:centros comunitarios de rehabilitación y reinserción social adaptados para menoresm programas de becas y tutorías para niños en riesgo, alianzas entre el Ministerio de Educación, Salud Pública y entidades sociales para identificar y proteger a los más vulnerables y, un marco legislativo firme que penalice no solo el microtráfico, sino también la explotación infantil asociada al mismo.
Pero esto no es solo tarea del gobierno. Los padres también tienen responsabilidad. No podemos seguir mirando hacia otro lado. Mientras haya madres que envíen a sus hijos a vender chicles a las esquinas, mientras haya padres que ignoren los cambios de conducta de sus hijos, mientras la sociedad justifique la delincuencia infantil como parte del “medio que les tocó”, seguiremos perdiendo generaciones.
Los niños dominicanos no nacen para ser esclavos del vicio. Nacen para construir, para aprender, para amar. Pero si no les damos alternativas, si no los cuidamos como Estado, como comunidad, como ciudadanos… entonces seremos cómplices silenciosos de su destrucción.
A Chayanne y a miles como él les debemos más que una mirada de lástima. Les debemos justicia. Les debemos futuro. Les debemos ternura. Y, sobre todo, una sociedad que no los abandone.
Es hora de actuar. De abrir albergues dignos. De sacar a los niños de las calles sin criminalizarlos. De formar a los padres. De exigir a los gobiernos que inviertan en lo que realmente importa: el presente y el futuro de quienes aún no han tenido ni siquiera la oportunidad de elegir.
Lo digo como madre, como hija, como ciudadana de este país. Me duele ver niños perderse sin que nadie los reclame, sin que nadie les tienda la mano. No quiero que la próxima generación crezca creyendo que la calle es su única herencia. Porque cuando un niño se droga, no solo fracasa una familia: fracasa toda una nación.