Durante años, en República Dominicana se ha construido un estigma sobre los empleados públicos. Se nos tilda de “bocinas”, de cobrar sin trabajar, de estar por estar. Esta narrativa, repetida en redes sociales, medios y conversaciones cotidianas, ha calado tan hondo que ha oscurecido una realidad que también existe: la de quienes sí trabajamos, cumplimos y creemos en el valor del servicio público.
Desde hace seis años formo parte del equipo de comunicaciones de una institución gubernamental. Desde el primer día, llego antes de mi hora de entrada. No por obligación, sino por compromiso. En cada jornada me esfuerzo por poner mis conocimientos, habilidades y talentos al servicio de mi institución. Lo hago para ayudar a visibilizar los proyectos, iniciativas y esfuerzos que desde el Estado se impulsan para mejorar la vida de los ciudadanos.
El problema no es el servidor público en sí, sino un sistema que durante décadas ha permitido la politización del empleo público, la falta de evaluaciones por desempeño y la escasa inversión en capacitación. Si queremos una administración pública eficiente, lo que se necesita no es más desprecio, sino más exigencia con justicia, más transparencia, más reconocimiento al mérito y más oportunidades para quienes quieren hacer bien su trabajo.
Sé que no todo funciona como debería, y que hay aspectos del sistema que deben ser transformados. No soy ajena a esas realidades. Pero también sé que en cada ministerio, dirección, hospital, escuela o dependencia pública hay personas que trabajan con ética, que creen en lo que hacen y que muchas veces no son reconocidas porque la crítica, aunque válida, se ha vuelto generalizada y corrosiva.
Los servidores públicos somos parte esencial del funcionamiento del país. Procesamos documentos, gestionamos servicios, cuidamos la salud, educamos, orientamos y protegemos derechos. No somos un número ni una nómina: somos personas con vocación de servicio. Y sí, también sentimos frustración cuando el esfuerzo se invisibiliza y se nos mete a todos en el mismo saco.
Reivindicar el trabajo digno y comprometido desde el Estado no significa negar los fallos. Significa reconocer que dentro de este sistema también hay esperanza, talento y gente dispuesta a servir. Si queremos transformar la administración pública, necesitamos más que denuncias: necesitamos reconocer lo que está bien, potenciarlo y replicarlo.
Yo soy empleada pública. Trabajo con pasión, cumplo mis responsabilidades y creo que el Estado puede ser un motor de cambio real. Lo he visto. Lo vivo. Y, como yo, somos muchos.
Quizá no hacemos ruido, pero sí hacemos patria.