Francisco: el lío más hermoso que nos deja es el amor

Francisco no fue un Papa de distancias.

by | Abr 22, 2025

by | Abr 22, 2025

Se ha ido el Papa Francisco, y con él parte de una voz que supo hablarle al corazón del mundo. No desde la solemnidad del cargo, sino desde la ternura de quien entiende que la verdadera fe se vive en lo cotidiano: en la mesa del hogar, en la risa de un niño, en la lucha de una madre, en el abrazo que reconcilia.

Francisco no fue un Papa de distancias. Fue un abuelo sabio para esta generación huérfana de referentes morales, un pastor que supo bajarse del balcón del Vaticano para tocar las heridas de una humanidad cansada.
Desde el primer día, entendió que el mundo no necesitaba discursos vacíos, sino humanidad. Por eso insistió tanto en el valor de la familia, no como una estructura perfecta, sino como el lugar donde todos —rotos o enteros— encontramos sentido. Decía que los hijos son un don, que los abuelos son memoria viva, y que sin familias fuertes no hay sociedad que aguante.

En cada encuentro, Francisco se dirigía con especial ternura a las madres, a los padres, a los jóvenes. Les pedía que no se cansaran de amar, que no dejaran que la rutina apagara la alegría de estar juntos. Defendía el derecho de los niños a tener una familia, a ser educados en valores, a crecer con esperanza.

Y fue con los jóvenes donde su voz cobró fuerza profética. Les habló sin miedo, sin superioridad, sin adornos. Les dijo que no vinieron al mundo a “vegetar”, que la vida no se vive desde el sofá, y que la Iglesia los necesitaba activos, críticos, apasionados. Les pidió que hicieran lío, sí, pero un lío que despertara al mundo dormido. Y ellos lo escucharon. Porque él los escuchaba primero.
Hoy, al despedirlo, no podemos evitar sentir un vacío. Pero también una certeza: Francisco no fue un Papa que pasará desapercibido. Dejó huellas. En cada familia que volvió a rezar junta. En cada joven que encontró sentido en su fe. En cada persona que, gracias a su palabra, entendió que Dios no juzga, sino que abraza.

Nos enseñó que la fe no es para los perfectos, sino para los que se levantan mil veces. Que la Iglesia puede ser un hospital de campaña, no una sala de juicios. Que lo importante no es cuántas veces caemos, sino cuántas veces volvemos a amar.

Gracias, Francisco, por recordarnos que el hogar es el primer altar. Que los hijos son esperanza viva. Que la juventud es la chispa del cambio. Y que, al final, lo que realmente transforma al mundo es el amor sencillo que se da sin esperar nada a cambio.
Descansa en paz, querido Papa. Tu voz sigue viva en cada familia que se abraza y en cada joven que cree.

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