Por: Ramón Tejeda Read
Quisiera el presidente Abinader que no se hablara más que de Haití. De la supuesta amenaza que el antihaitianismo cerril ve hasta en la sopa.
Yo prefiero hablar de cosas importantes. Roberto Rodríguez Marchena, por ejemplo. Quienes lo conocieron saben lo que perdimos cuando partió el pasado martes siete de mayo.
El pueblo dominicano debe saber que perdió a alguien que vivió para servirle. Roberto dedicó su vida, pasión, empeño y generosidad a servir las causas del pueblo dominicano y de la humanidad. Honró con los hechos y sus ideas el acierto martiano de que “patria es humanidad”.
Implacable en el combate, siempre generoso en la victoria. La derrota nunca lo amargó. Al contrario, encontraba en ella el momento para corregir errores, “animar a la tropa”—decía—y retomar la iniciativa en la lucha por un futuro mejor.
En su cuerpo fuerte y altivo como una palma anidaba un alma humilde y solidaria capaz de los sacrificios más insólitos y pródiga en alegrías.
Gracias a su honestidad y limpieza de corazón, Roberto sonreía como un niño cuando la infamia y la calumnia se paseaban insolentes. Avanzaba erguido y elegante como el hasta de la bandera.
Transparente como cristal, creó un mapa que vía internet permitía a cualquiera saber cómo se invertía cada centavo que manejó en la DICOM, donde sirvió al gobierno del presidente Danilo Medina. Y cómo alcanzaba para los más chiquitos.
Quienes lo adversaron también lo admiraron porque a nadie faltó el respeto. Era el retrato de la nobleza.
Un imprescindible. Un inolvidable. Una voz del pueblo ha partido. Nos deja, eso sí, su legado de patriotismo, militancia y entrega a las mejores causas de la humanidad que nosotros, en la Comunidad Ojalá, mantendremos siempre en alto. Gracias, Roberto, por tanto.
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