Nunca antes habíamos tenido tanto acceso a la información como ahora. Con un solo clic podemos enterarnos de lo que ocurre en cualquier rincón del mundo. Las redes sociales, los portales de noticias, los grupos de WhatsApp y las notificaciones constantes nos mantienen conectados a un flujo ininterrumpido de contenido. Sin embargo, esa aparente ventaja ha comenzado a convertirse en una carga. Una que agota, dispersa y paraliza. A eso se le conoce como infoxicación.
La palabra combina “información” y “toxicidad”, y describe ese estado de saturación mental que experimentamos cuando recibimos más datos de los que podemos procesar.
Estar infoxicado es vivir atrapado en un consumo excesivo de datos que, lejos de ayudarnos a entender mejor el mundo, nos confunde y nos abruma. Es esa sensación de no poder concentrarse, de cambiar de tema constantemente, de revisar titulares sin retener nada, de compartir sin leer completo, de sentir que todo es urgente y que si no estamos al día, estamos quedando atrás.
Nos ocurre casi sin darnos cuenta. Abrimos el teléfono “por un momento” y, media hora después, no sabemos en qué se nos fue el tiempo. Leemos noticias con una mezcla de ansiedad y resignación. Vemos videos breves que no recordamos al día siguiente. Nos cuesta leer en profundidad o simplemente sentarnos en silencio sin estímulos.
Quizá ha llegado el momento de preguntarnos: ¿de verdad necesitamos estar tan informados todo el tiempo? ¿Qué pasaría si hiciéramos menos scroll y más pausas? Si eligiéramos con intención lo que consumimos. Si nos desconectáramos de vez en cuando para volver a conectarnos con lo que importa de verdad.
No se trata de renunciar a la tecnología ni de vivir desinformados. Se trata de recuperar el control. De ponerle freno a esa necesidad de estar siempre disponibles, siempre actualizados, siempre respondiendo. A veces basta con dejar el celular en otra habitación, salir a caminar sin audífonos, leer un texto largo con calma, o simplemente sentarnos a observar sin hacer nada.
En tiempos de sobreinformación, tal vez el acto más valiente sea hacer silencio. Porque el ruido no viene solo de fuera: también se instala dentro. Y solo aprendiendo a pausar podemos volver a escuchar lo esencial.
Hacer una pausa también es una forma de estar presente. ¿Y si hoy empezamos por apagar una notificación?