Nuestro hombre en La Habana y las fake news

La gran diferencia entre ayer y hoy es que ahora la velocidad y el alcance de una mentira se multiplican a través de algoritmos, redes sociales y cadenas de WhatsApp. Y como en la novela, la verdad pasa a segundo plano si la ficción resulta más conveniente o rentable. Y eso es peligroso.

by | May 14, 2025

by | May 14, 2025

Recuerdo que leí Nuestro hombre en La Habanacuando tenía unos 14 o 15 años. Lo encontré una tarde mientras curioseaba entre los libros viejos de mi papá, justo después de haber terminado El Extranjerode Camus y quedar con esa sed que deja la buena narrativa. El ejemplar estaba bastante desgastado: hojas amarillas, con moho, y una fecha escrita a mano “1965”, papi suele marcar cuando termina de leer. Essu libro favorito. Quizás, el que más lo marcó. Nunca me explicó del todo por qué (en ese entonces), pero bastó leerlo para intuirlo.

Más que una novela de espionaje, lo que Graham Greene escribió fue una sátira mordaz sobre la manipulación, la mentira y la burocracia disfrazada de inteligencia. Una ficción tan absurda que, si uno la mira con los lentes de la actualidad, parece una crónica anticipada de nuestro tiempo: la era de la desinformación.

James Wormold, ese anodino vendedor de aspiradoras convertido en espía británico por accidente, inventa toda su labor como agente secreto. No tiene contactos, ni experiencia, ni intención real de servir a su país. Pero necesita el dinero y, sobre todo, ha comprendido algo esencial: una mentira bien contada puede sostenerse si todos están dispuestos a creerla. Y vaya si lo creen. Inventando agentes, reportes y planos ,que no son más que partes de sus aspiradoras, sus superiores se tragan el cuento entero. Y lo peor: esas mentiras comienzan a generar efectos reales.

Hoy, más de seis décadas después de la publicación de esa obra, la historia de Wormold se ha vuelto inquietantemente familiar. Vivimos en un mundo donde las fake news no son meros errores o exageraciones. Son herramientas de poder. Se usan para sembrar pánico, dividir, desviar la atención o fortalecer agendas ideológicas. A veces son burdas; otras, tan sofisticadas que incluso los medios más serios caen en ellas.

Wormold no era un genio del engaño: simplemente dijo lo que sus superiores querían escuchar. Hoy, muchos “informantes”, cuentas falsas, bots y campañas digitales operan con la misma lógica: alimentar lo que refuerce una narrativa, no lo que revele la verdad.

La gran diferencia entre ayer y hoy es que ahora la velocidad y el alcance de una mentira se multiplican a través de algoritmos, redes sociales y cadenas de WhatsApp. Y como en la novela, la verdad pasa a segundo plano si la ficción resulta más conveniente o rentable. Y eso es peligroso.

Nuestro hombre en La Habana funciona así, como un espejo incómodo: ¿cuántos “Wormold” modernos están ahí fuera, inventando historias porque es lo que se espera de ellos? ¿Y cuántos superiores (gobiernos, medios, empresas) prefieren creer sin cuestionar, mientras el engaño siga siendo útil?

La Habana de los años 50 se ha convertido en todas partes. Está en los titulares virales manipulados para generar clics o indignación, en los que desinforman, en los discursos construidos para manipular, en las campañas digitales que apelan a emociones más que a hechos.

Por eso, leer esta novela no solo fue para mí un encuentro con mi padre y sus lecturas, sino también una reflexión urgente. En un mundo donde la mentira se ha institucionalizado, recordar la ironía de Greene nos obliga a hacer algo más que reír: nos exige pensar.

¿Hasta qué punto estamos creyendo porque conviene?

¿Y hasta qué punto, como Wormold, mentimos para sobrevivir en un sistema que recompensa la apariencia sobre la verdad?

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