¿Por qué el Estado necesita relacionistas públicos bien formados?

Históricamente el rol de los profesionales de la comunicación en las instituciones públicas ha sido subestimado y a menudo se nos ha relegado a tareas operativas —como redactar notas de prensa o gestionar redes sociales— sin reconocer que una buena estrategia comunicacional puede ser la diferencia entre una crisis mal manejada y una oportunidad bien aprovechada.

by | May 27, 2025

by | May 27, 2025

Vivimos en un tiempo donde la información circula de forma inmediata y las percepciones públicas pueden moldear la legitimidad de una institución, la figura del relacionista público deja de ser decorativa para convertirse en esencial. Esto es especialmente cierto en el Estado, donde la confianza ciudadana, la rendición de cuentas y la transparencia son pilares fundamentales para la gobernabilidad.

Históricamente el rol de los profesionales de la comunicación en las instituciones públicas ha sido subestimado y a menudo se nos ha relegado a tareas operativas —como redactar notas de prensa o gestionar redes sociales— sin reconocer que una buena estrategia comunicacional puede ser la diferencia entre una crisis mal manejada y una oportunidad bien aprovechada.

Un relacionista público bien formado aporta mucho más que habilidades técnicas. Tiene criterio estratégico, entiende el contexto político, domina la comunicación institucional y sabe traducir los objetivos de una entidad en mensajes claros, coherentes y empáticos. Además, conoce el valor de construir reputación con base en hechos, no solo en palabras.

En un país como República Dominicana, donde muchas veces la ciudadanía percibe al Estado como lejano o ineficaz, el relacionista público actúa como un puente. No solo conecta a la institución con los ciudadanos, sino que también ayuda a construir un relato que dé sentido al trabajo público, que humanice a quienes lo ejecutan y que dé visibilidad a los resultados.

Pero para cumplir con ese rol, no basta con saber “comunicar bien”. Se necesita formación, experiencia y, sobre todo, visión ética. La comunicación pública no puede ser propaganda ni maquillaje. Debe ser un acto de responsabilidad y servicio.

Por eso, el Estado necesita profesionales de la comunicación que entiendan su rol más allá de lo estético: que sepan leer el entorno, anticipar crisis, generar confianza y aportar al fortalecimiento institucional desde la palabra y la acción. No se trata solo de hablar bonito, sino de comunicar con propósito.

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