¿Qué pasa cuando escudas tu felicidad en otros?

Pasa que te pierdes.

by | Jun 2, 2025

by | Jun 2, 2025

Compré el libro La felicidad, el ocio y la brevedad de la vida de Séneca en un momento en que no me sentía feliz. El sentimiento de vivir viajaba vagamente entre el corazón y la mente, como una hoja al viento, sin brújula. Estaba en un burnout sin saberlo, en una depresión que no quería nombrar.

Lo leía de vez en cuando, sin ningún interés particular, sin embargo, una vez me tocó viajar y lo guardé en la maleta casi por instinto, como quien guarda un salvavidas sin saber si va a naufragar, como quien empaca una esperanza sin forma, y lo llevé conmigo a Cuba. Fue allí en medio del calor, entre caminatas silenciosas y sin prisa, la sencillez de lo cotidiano y el ritmo distinto de la vida, donde entendí realmente lo que Séneca quería decir.

Él no hablaba de una felicidad ruidosa, de la que se celebra a gritos. Hablaba de una alegría interior, serena, cultivada en el tiempo que se elige para uno mismo. Decía que “no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho”. Y sí, yo había perdido demasiado tratando de agradar, de pertenecer, de encajar.

Entonces, me hice la pregunta que tal vez me debí hacer mucho antes:

¿Qué pasa cuando escudas tu felicidad en otros?

Pasa que te pierdes. Sucede que te conviertes en sombra. 

Que terminas actuando una vida que no escribiste tú.

Que postergas tu risa hasta que alguien la provoque.

Que no sabes estar en silencio sin sentirte incompleta.

Que tu silencio no es descanso, es incomodidad.

Que tus decisiones no son tuyas, sino un eco de las expectativas ajenas.

Y que, sin darte cuenta, vives una vida que no es tuya.

Me di cuenta, y me dolió, que había esperado demasiado de todos, y muy poco de mí. Que buscaba validación en cada gesto, que necesitaba compañía para sentirme persona. Como si estar sola me despojara de sentido.

Muchas personas no saben estar solas. Necesitan del grupo, de la compañía, del ruido. Porque el silencio propio les pesa. Porque sin la mirada del otro, creen no tener forma. Y esa búsqueda desesperada de aprobación, de validación, termina por vaciarles más que acompañarles.

Séneca lo advierte: quien vive para los demás, se olvida de sí mismo.

Y yo lo viví.

Aprendí, quizás con dolor, que la felicidad no se delega. Que no se puede entregar el alma a cambio de pertenencia. Que estar con otros debe ser una celebración, no una condición para sentirse viva. No como ocio vacío, sino como el espacio donde una puede pensar, sentir y sanar. La soledad, cuando se acepta, se transforma en libertad. Y el silencio, en refugio.

Séneca, con su serenidad estoica, me gritó lo que yo necesitaba escuchar con urgencia: “dedícate a ti misma, antes de que sea tarde”. La felicidad no está en el otro. Está en aprender a estar contigo sin miedo, sin ruido, sin disfraces. Está en mirar hacia adentro y encontrar hogar.

Y desde entonces aprendí que sí, compartir es hermoso, pero depender emocionalmente es una trampa. Que la felicidad prestada siempre vence. Que nadie, absolutamente nadie, puede respirar por ti.

Y tú, ¿desde dónde estás viviendo? ¿Desde el amor propio o desde la necesidad de aprobación?

La vida, como dice Séneca, puede ser breve, pero está en ti hacer que valga.

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