La Semana Santa llega cada año como un susurro en medio del ruido. Nos recuerda que hay algo más allá de la rutina, más allá del corre-corre, del caos del día a día. Es un alto en el camino. Una oportunidad para mirar hacia adentro, para recordar el sacrificio, la entrega, la muerte… y la esperanza que renace con la resurrección de Jesús.
No es solo una fecha en el calendario. Es memoria viva de amor y redención. Es tiempo sagrado.
Y en medio de esta pausa, también es necesario hacer un llamado a la prudencia. A no perder de vista lo esencial.
El país aún guarda el dolor reciente de la tragedia del Jet Set. Una escena que desgarró a muchas familias y que mantuvo a nuestros cuerpos de socorro —bomberos, defensa civil, cruz roja y tantos héroes silenciosos— trabajando sin descanso con una entrega admirable.
Ese hecho no puede quedar atrás como una estadística más. Nos debe doler. Nos debe enseñar. Y, sobre todo, nos debe mover a actuar con responsabilidad.
Porque mientras unos celebran o vacacionan sin medida, otros están arriesgando su vida para proteger la de todos. Y no es justo. No podemos convertir el descanso en descuido, ni la libertad en imprudencia.
El Centro de Operaciones de Emergencias (COE) cada año nos brinda orientaciones claras. No para limitar, sino para proteger. Para que el regreso a casa no sea una plegaria, sino una certeza.
Cuidémonos. Cuidemos a los nuestros. Escuchemos. Seamos ejemplo. Que esta Semana Santa no sea recordada por la tragedia, sino por la vida. Que no olvidemos que el verdadero sentido de estos días no está en la playa, ni en la carretera, ni en la fiesta… sino en el amor inmenso de un Dios que entregó a su Hijo para darnos una nueva oportunidad.
Y si Él dio la vida por nosotros, ¿cómo no vamos a cuidarla?